EL PRIMER VIAJE DEL DIABLO
Por Luis Sexto
Cuba fue el séptimo país del mundo en construir el ferrocarril, hace 170 años.
Amaneció lloviendo el 19 de noviembre de 1837. En la estación de Garcini –digamos hoy Oquendo y Estrella- el agua y el humo, el hollín y el ruido se confabulaban para dar la razón a cuantos argumentaban que el progreso pertenecía a la jurisdicción del diablo, cuya presencia más visible, audible y palpable había adoptado forma en la negra armazón de la Rocket.
Era una locomotora de vapor Stephenson, montada sobre diez ruedas y con una chimenea tan alta como la torre de un ingenio. Pronto, a las ocho horas, la máquina empezará a tirar de cinco coches para inaugurar, hasta Bejucal, el primer tramo ferroviario entre La Habana y Güines.
Los caminos de la Isla estaban poblados de huecos, quejidos, maldiciones y bandoleros. Iba a iniciarse, pues, el primer hilo de una red que unirá a las ciudades más emprendedoras y, sobre todo, facilitará a la caña de azúcar llegar desde lejanos campos a los trapiches, y luego, transformada en grano, rodar sin esfuerzo hasta el puerto de embarque.
Antes que Cuba solo seis países habían trazado las paralelas del ferrocarril. Entre ellos no estaba España. Pero todavía muchos habaneros temblaban ante la Rocket y su piafante caldera. Unos, agoreros de domingo, prometían una explosión o el fuego. Y otros los secundaban con los deseos y las oraciones, porque el camino de hierro les arruinaría negocios tan lucrativos como el servicio de carretones y coches, la navegación de cabotaje, la trata de esclavos...
Ochenta minutos más tarde, el viaje terminó. Los setenta pasajeros que apostaron al progreso, bajaron sanos, sin polvo, en la estación de Bejucal. Se saludaban y felicitaban por haber compartido aquella aventura tan rápida. Algunos, sin embargo, calificaron la velocidad de endemoniada. -Figúrese, señor, cuándo se ha visto eso...
La Rocket había volado bajito: veintitrés kilómetros por hora.
-Diga usted...
Tomado de PATRIA Y HUMANIDAD
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